Cada día nace una idea en papelillos de mi escritorio, en servilletas con sobras de alimentos mañaneros, en archivos del computador de mi trabajo...
Se moldea una historia de muerte y fascinación por la bestia interna, por ese ser sin escrúpulos que decide salir de vez en cuando y nos ahoga en adrenalina...
Se escribe una historia con sangre de más santos que pecadores, se escribe con dolor, pasión, crueldad e improvisación. Se escribe también con amor, con pasión, lujuria y deseo por el sexo femenino, se escribe en la espalda húmeda de una mujer desconocida en cama ajena.
Ser romántico, sexual, apasionado, odiar el desamor, ahogarse en el cuerpo femenino, amar cada experiencia con una mujer, despreciar el rechazo, amar y odiar por igual, escribir cada sentimiento de amor y odio, hablar de experiencias propias e imaginarias en mis escritos, dejar volar la imaginación del lector con mis letras y tratar de conectar con recuerdos y sentimientos muy propios. Juan Guillermo Gutiérrez Aragón.
LA OSCURIDAD QUE IMPREGNA EL AMOR
LA OSCURIDAD QUE IMPREGNA EL AMOR
Lugar creado para dar espacio a los oscuros escritos que se tatúan como runas espectrales en la piel del dolor, todas las palabras se mojan en lágrimas de lamentos interminables y se escriben prácticamente solas en hojas de papel desgastado y corroído por la realidad que se vive en un mundo lleno de vástagos de las tinieblas, herederos del terror que buscan en la opacidad de la noche, un rincón donde poder dar rienda suelta a sus odios y donde poder conseguir mantener ocultos sus máximos temores y sus más mórbidos sentimientos, logrando encarcelar su indescriptible y casi inalcanzable amor presente.
Este espacio surge para dar luz y color a todo aquello que permaneció oculto por miedo a no ser apreciado, ser amante de la oscuridad y la noche y ver en esas dos damiselas, las cómplices perfectas para escribir, imaginar y recordar todo lo que el corazón desea con fervor.
viernes, 29 de octubre de 2010
MELANCOLÍA BAJO LA LLUVIA
Las horas pasan mientras miles de gotas de lluvia rebotan en mi ropa y en mi cabeza, cuando alzo la mirada el agua entra en mis ojos, nubla mi vista hasta el punto de irritar el interior de mis focos visuales, empiezo a recordar como todos han muerto, soy el único que reside en este antiguo muelle,... en realidad no es tan viejo... pero la ausencia de personas vuelve el espacio mucho más lúgubre de lo normal, la lluvia y la noche en combinación con este descomunal frío, producen en este aire de soledad infinita, una especie de miedo aterrorizante que no se puede describir, sólo padecer.
Miro hacia la orilla de la playa y está llena de objetos que he lanzado con odio, en arranques de furia simultáneos y sin requerimiento de motivo alguno, en momentos en los que me he sentido solo; vagar por esta playa se ha vuelto rutinario, sigo a la espera de que algo extraordinario ocurra, sin embargo... nada ocurría, nada pero ni remotamente extraño se paseaba por mis ojos,... siempre lo mismo, tal vez con el pasar del oscuro tiempo, con el lento transcurrir de los días y los meses, lo único notorio que se percibía era que todo se hacía más viejo, se corroía el metal, las enredaderas tapaban ventanas y puertas de casas abandonadas por el tiempo, el musgo cubría las estatuas y esculturas en las calles, que ofrecían un triste recuerdo de la ciudad acaudalada que un día llegó a ser y a la cual la envidia y el odio, sumergió en una descarga de violencia absoluta, sólo yo me escondí, tras las sombras esperé y esperé... siempre ambicioso y enfermo de codicia, esperé a que todos terminaran con sus vidas y así poder disponer de todos los lujos que quisiera... lo que no sabía era que la envidia, el odio, las masacres, las intempestivas oleadas de salvajismo, fueron a nivel mundial,... tal vez hasta podría estar sólo en este mundo, mi inteligencia, mi paciencia y mi ambición, me había puesto a salvo de la oleada de sangre... tal vez solo los codiciosos estaban vivos... tal vez debía esconderme de los otros, tal vez era mejor estar solo y alejado de todos esos bastardos sin escrúpulos... imbéciles.
Juan Guillermo Gutiérrez Aragón.
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