Cada día nace una idea en papelillos de mi escritorio, en servilletas con sobras de alimentos mañaneros, en archivos del computador de mi trabajo...
Se moldea una historia de muerte y fascinación por la bestia interna, por ese ser sin escrúpulos que decide salir de vez en cuando y nos ahoga en adrenalina...
Se escribe una historia con sangre de más santos que pecadores, se escribe con dolor, pasión, crueldad e improvisación. Se escribe también con amor, con pasión, lujuria y deseo por el sexo femenino, se escribe en la espalda húmeda de una mujer desconocida en cama ajena.
Ser romántico, sexual, apasionado, odiar el desamor, ahogarse en el cuerpo femenino, amar cada experiencia con una mujer, despreciar el rechazo, amar y odiar por igual, escribir cada sentimiento de amor y odio, hablar de experiencias propias e imaginarias en mis escritos, dejar volar la imaginación del lector con mis letras y tratar de conectar con recuerdos y sentimientos muy propios. Juan Guillermo Gutiérrez Aragón.
LA OSCURIDAD QUE IMPREGNA EL AMOR
LA OSCURIDAD QUE IMPREGNA EL AMOR
Lugar creado para dar espacio a los oscuros escritos que se tatúan como runas espectrales en la piel del dolor, todas las palabras se mojan en lágrimas de lamentos interminables y se escriben prácticamente solas en hojas de papel desgastado y corroído por la realidad que se vive en un mundo lleno de vástagos de las tinieblas, herederos del terror que buscan en la opacidad de la noche, un rincón donde poder dar rienda suelta a sus odios y donde poder conseguir mantener ocultos sus máximos temores y sus más mórbidos sentimientos, logrando encarcelar su indescriptible y casi inalcanzable amor presente.
Este espacio surge para dar luz y color a todo aquello que permaneció oculto por miedo a no ser apreciado, ser amante de la oscuridad y la noche y ver en esas dos damiselas, las cómplices perfectas para escribir, imaginar y recordar todo lo que el corazón desea con fervor.
viernes, 23 de diciembre de 2011
El Asesino de mi Madre
Era una tarde opaca, pronto empezaría a llover, las nubes grises se reunían por sobre la multitud de personas alrededor de aquella nueva tumba,... y una anciana voz se escucho resignada y senil entre la multitud.
-Ella era su vida, su luz, su aire, ella lo llenaba, le daba fuerzas, le daba alegría a su vida, él la amaba-.
Decía el anciano abuelo a su nieto mientras el pequeño observaba con terror la figura imponente de su padre, quien lloraba desconsolado al ver el ataúd donde estaba su esposa, el cajón de madera fina descendía lentamente frente a los ojos de su progenitor.
+Cementerio frío y desolado+
El niño continuaba con un rostro de dolor y horror indecifrable para todos, los familiares y amigos de su madre se habían sumado aquella tarde de sábado para despedirla y acompañarla espiritualmente, en su viaje sin retorno al más allá.
El pequeño amaba a su madre, ella era su vida en ese momento, una parte de él era enterrada en aquel cementerio esa tarde. De repente su inocente rostro palideció,... su padre se acercaba a él, en tan sólo un par de pestañeos su padre estaba al frente suyo, una lágrima de horror escurrió solitaria por su mejilla izquierda, al compás de la lágrima cayendo al suelo, su padre se arrodillaba ante él y se acercaba a su oído diciendo en la seguridad de un secreto, lo siguiente.
-No digas una sóla palabra si no quieres terminar como tu madre,... cuidado hijo no tientes al destino- dijo suavemente el padre al oído de su hijo.
El rostro del joven se desfiguró por completo, su padre había sentenciado su incierto futuro en caso de delatarlo; el padre se alejó con más tranquilidad luego de ver el miedo que había nacido en el corazón de su hijo.
-Maldito(...), maldito(...),... eres un maldito(...)...¡!-. Repetía el pequeño entre dientes y lágrimas mientras veía como se alejaba el asesino de su madre.
La familia consolaba al viudo y aparetemente triste hombre de familia, mientras tanto el niño recordaba horrorizado el cuerpo de su madre cayendo hacia el frío pavimento, después de ser empujada por su padre desde la terraza del edificio que una vez los vió felices.
Juan Guillermo Gutiérrez Aragón.
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